miércoles, 1 de mayo de 2019

BRAY

A las catástrofes, con amor. A la locura que encierra el inexplicable devenir de la existencia, con amor también. Al recuerdo inequívoco de la sonrisa de mi madre, a su voz, a su pelo rubio, a sus ojos de tierra y lluvia, con amor. Este poema rescata solo una de las porciones de amor que profeso hacia el ser humano más importante de mi vida, mi madre. Ojalá llegues algún día a mí a través de la luz.




















BRAY

A mi madre, Gea imperecedera.

Pasó el animal
como un lobo dentelleando el aire.
Proyectó también
su ala
el golpe de la luz sobre las olas
y pensé en todos
los besos y abrazos que te dimos
todos
los instantes en que sentí
                                          la vida.

Huérfana, tal vez, de un dios amigo,
ahora recubierta
de la silente bendición
de tu nombre: <<¡Madre!>>,
grité allí
donde los árboles regresaban al nacer
donde aún
siento que te crujían los huesos de amor
entre mis palmas
allí
pasó este pájaro
como una noche absurda y repentina
para mostrarme las opciones
de la muerte:
Belleza y latitud,
                            bagaje y alma.


Diana Forte y Agustina Forte. 2019.

miércoles, 17 de octubre de 2018

VIEJOS POEMAS, VIEJOS AMORES



FORMA DE MEZCLAR LAS LENGUAS

No me entendías.
Porque cuando yo hablaba
de amor, hablaba de odio
de la sangre rota
de la noche lenta en que tu cuerpo
escama seca
deslizaba su avaricia entre los pasos
de la ciudad que regresaba.
No querías este idioma.

Porque sin proponérmelo
encendía las velas de las curvas
tranquilas de tus huesos,
y hacíamos la pausa
hasta estallar dormidos
en las horas que nos dejaba
el silencio.

Pero nada de poesía.

Era frustrante verte predecir
la música
dormir al raso con los pájaros de azufre
oírte describir en cuatro versos
mil lenguas diferentes.
Pero nada de mis ruidos,
nada de la palabra colocada con exactitud
en la semilla.

Ahora es una pena.
Nos miramos y se abren las
historias,
pero
movemos la boca
y no hay forma
                             de mezclar
                                                      las lenguas.

viernes, 18 de mayo de 2018

ONCE AÑOS

Lo que duele, quizá, no es tanto crecer, sino darse cuenta de que, pese a que hemos crecido, todavía no hemos aprendido apenas nada, nada acerca de nosotros mismos. ¿Qué sabemos acerca de quiénes somos: que somos adultos, que nuestros estudios han dado nombre a nuestro cuerpo, que nuestro trabajo ha modelado nuestra vida? Poco, muy poco sé de quién yo soy. Poco, muy poco sabré cuando la vida no me sea tan larga. Pero sí que sé, y esto es importante, que hay que apreciar los momentos de lucidez que nos otorga la búsqueda de lo que somos. Hay que seguir despiertos. Vivir despiertos. Apreciar la lucidez, creer en ella y en nosotros mismos, y escucharla. No conozco otra manera para poder llegar a ser felices.


ONCE AÑOS 

"Trescientos sesenta y cuatro días de noches cerradas
la calidez del verano en que los árboles
crecieron.
Un helado derretido en mitad de tu lengua
virgen: "Nolite me tangere", decía ese pintauñas.

Dieciocho años de días de lluvia.
Todas las ventanas
con el olor marrón de la mañana.
Buscar la taza exacta en la cocina.
Abetos, granados, dientes de hojas azules
en el jardín de tus padres.

Han pasado
once años exactos desde que
creíste que la vida era un prosema;
once años para relativizar el alfabeto
de las nubes.
Once años, virginal niña arrastrada
hacia la playa.

Once años
han tenido que existirte
para que al fin comprendieras
que la vida

estaba aún por empezar".

Diana Forte.

lunes, 14 de mayo de 2018

LA FÁBRICA DESDE UNA VENTANA DE AUTOBÚS





A través de la ventana, observo: los humanos crean nubes,
pero son
nubes de horror.

Allí, en los prados, entre un lugar lejano de mí misma,
y una oveja habitante de una ladera de Cork,
ese mastodonte infernal queriendo simular
el llanto de la pipa
de una diosa.
Allí está, toda gris, toda ferviente,
con el sudor de los esclavos que tienen entrada a las ocho
en la mañana
que volverán a casa de nuevo,
                                                 sudor viejo,
agarrando el vaso de cristal cansado,

hurgando en la luz,
deslizando hasta el silencio
la soledad de la cocina
en que antes, respiraba una mujer
que no se ha visto en años.

Allí, esperar de nuevo la sombra de la fábrica.

Ella siempre le mira desde el centro
como si supiera cual es el destino de los hombres modernos:
una lámpara en la noche,
una sirena a la hora de comer,
un golpe duro en las costras.

El ser humano dispuso las espirales para el hambre
de ahora
mezcló con el aire lo que al trabajo
acude como advertencia de nada.
El vacío de lo humano.
Creyendo de verdad
que han descubierto el mundo.
Pero, ¿Qué es el mundo sino el grito desesperado
de una risa extraña?
Ella es la reina de lo que no se siente liberado.

La fábrica les muestra las heridas, los meandros
de las arrugas de la cara.
Somos, en realidad, piel y más piel,
carne y gelatina
consumada. Contemplada.

Contemplándose.

Y como buenos sabedores de lo ínfimo, de todo lo que nos es ajeno,
nos dejamos, de nuevo, la saliva
en el vaso
                 en la cocina.

"Cariño, ven a la cama, que el dolor se enfría".

Mañana a las ocho no habrá nubes que tapen nuestra falta.

Diana Forte.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

AMAR PERTENECE AL INSTANTE



(EL HUECO DEL AGUA ENTRE LAS MANOS)

Me dijo: coloca tu pelo así, entre la estrechez de mis manos y la figura de un recuerdo. Lo hice, convencida de que el amor era ceder a los deseos del frustrado. Y todo mi pelo se agotó en un silencioso ojo escudriñador. Quería volver a verme, no como lo que era, no como la mujer cansada que sigue adelante, sino como aquel sueño de bar en que un día decidió quedarse. Yo no era ya la figura reflejada en el metal de los borrachos, ni era la mujer ruda que se tinta las entrañas para que la puedan observar solo unos pocos. Era este cuerpo lleno de heridas imperecederas. Era también este gesto de los dedos elevados hacia el extremo de la cara que hoy no tocan. Era el chasqueo de mi lengua al saber que te vería, después de aquella noche. Era la chica del pelo rizado que arranca sus raíles. 

Me dijo: baila para mí como cuando éramos árbol y sal; y el aroma del mundo nos pertenecía. Ojalá le hubiera dicho que también sale grava en las estrellas. Él, buscando un recuerdo en la eternidad de mis labios; yo, llorando en la tarde, con campanas de fondo de la ciudad corriente (Sevilla en el perfil de mis dientes cansados, de mis palabras cayendo como canicas en mármol). Pon tu pelo así, como si no fueras tú aún, y pudiera verte como la mujer que deseé. 

Pero el deseo no vale para amar, el recuerdo no vale para amar. 

Amar pertenece al instante.


Diana Forte.

miércoles, 5 de julio de 2017










HEIMAT

La libreta
tiene trazados huecos azules
pero
cae el relámpago de la boca
y los trazos se difuminan.

                                        Tiene
un

                          silencio

       esta libreta:

Imaginar el mundo, imaginarlo
la cara que tendremos
cuando seamos padres
y sujetemos el hueco de la infancia,
los árboles altos
la niebla
del día en que caeremos.

Imaginar la lluvia
en otro lugar
imaginarla
Sentir la aguja del agua
sobre el hombro
y masticar
masticar
como masticada soledad
que observa una ventana.
El frío de los años. El frío duro
de los huesos débiles.

Y ver a los niños con sus
móviles radiantes
y sus pasos heridos por la tierra,

y que no sepan jugar
mirándose a los ojos

y el silencio, imaginar el silencio
imaginarlo.
En esta vida
en que los lobos no recuerden el hambre.
Y una casa
abierta a una tormenta

Un lugar al fin

entre los surcos

al que llamar hogar.

Diana Forte.

lunes, 15 de mayo de 2017

LA CIUDAD




Aprendido el peso del silencio y el horror de una ciudad vacía -llena de gente-, vacía; debo confesar que sigo siendo esa niña asustada contra el muro. Contra aquel muro, un muro cualquiera en que su mano me decía: <<tócame donde me gusta>>. Y así fui creciendo en la consolidada idea de que yo era la que obedecía, y él era el que sentía mi mano. Da igual quién fuera, eran muchos y todos similares. Esta es la forma que tuve de conocer la ciudad, de saber que ahora la ciudad me debe, lo que yo no pude exigirle a ese muchacho: carne, agua salada, improperios de néctar diluyente, esculturas bellas, rincones a los que jamás volvería a entrar con un gorrión entre los párpados. Esta es la forma que tengo de conocer lo más costoso, que no fue, no hubo.  Uno está tan lento, tan esquivo cuando no entiende el amor, cuando no entiende la obsesión imparcial y enamorada. Lo que yo supe, lo que yo, con dos letras bien forzadas, fue la noche fue mi sílaba. Esa era la única verdad. Mi sílaba, mi verbo, la forma de conjugarme en la ciudad quebrada. Porque muchas veces dije: <<odio la palabra "amor", "corazón", jamás pondré amor en un poema>>. Y, sin embargo, no solo amor, corazón, no solo tus ojos o el aire están en todo. También la lluvia que no me diste, también el dedo que no me dejó tocar la silueta, todas las veces que te escribí unos versos, y nunca esta respuesta.


Diana Forte.