lunes, 29 de julio de 2013

Black jack


Huirás por que yo huiré.
Te pediré que vuelvas. Volverás.
Entonces, nos tendremos que mirar
como si ya nos hubiéramos visto antes.
Huiré. Esperarás.
Pero las cuerdas irán marcándome de abrazos.

De los tejados alguna vez caerá la lluvia.
Escribirás canciones que sólo hablen de
un gran bar con luces de neón y
un cartel de "Se traspasa".

Estaré allí en cinco minutos,
después de dos años
en la ausencia.
Rozarás mi mano, besarás el aire,
arrancarás las zarpas al ocaso.

Te tocaré el pecho
como si un corazón
más frío que la madrugada
pudiese reventarme en la camisa.

Volveré. ¿Te habrás ido?
Te irás.
Me iré.
Por que los dos huimos.
Por que, ¿quién quiere una verdad que
es más que nada?
Si todo es suficiente partiremos.
Seremos los asesinos con el cuchillo en
alto y un conato de vigilia ante
los muertos.
Nunca llegaremos al final.

¿Huir?
huiremos.



Huiré.

Huirás.


Akata







"Prefiero hundirme a quedarme a medias.
 No voy a ahogarme sin antes pelear. Prefiero naufragar
y que se vaya a pique. Me llevo el sabor a sal."

G.J






domingo, 21 de julio de 2013

domingo, 14 de julio de 2013

·

"Vuelves, como las malas lenguas a anudarme el Karma. Y yo que siempre quise dormir acompañada...Pero no de cualquiera."

Akata.

domingo, 7 de julio de 2013

ESTOY SOLO CUANDO LLUEVE, ESTOY SOLO CUANDO NO LLUEVE




Se le habían mojado los pies de andar alrededor de los charcos. A Ella no le gustaba especialmente la lluvia, pero adoraba los charcos. No sumergirse en ellos, no zambullirse como hacían las chicas bonitas de pelo rubio y colorete en la nariz. A Ella más bien le gustaba bordearlos, y ver la distorsión de su reflejo en ellos mezclado con la suciedad del asfalto. Siempre acababa preguntándose si aquello que se le aparecía al otro lado era realmente su imagen o, por el contrario, acababa siendo la redundante proyección aburrida de si misma. En algún lugar debajo de sus brazos, apostaba a que era más monstruo que otra cosa.

Se le habían mojado los pies de andar alrededor de los charcos, y Él la miraba con las piernas cruzadas y la mitad de un cigarro apunto de apagarse. La estaba llamando. El tipo reclamaba su presencia dos metros más allá de un agua infecciosa que estaba quitándole todo el protagonismo. Ella le miró un instante, y Él le dijo que tenía los pies llenos de lluvia, y que Ella era la niña de la lluvia porque cuando estaba triste siempre llovía, y que ese charco era su obra de arte, pero que Ella nunca podría ser la deforme sombra que se dibujaba en el charco, porque cuando Ella lloraba, toda la mierda se quedaba fuera y su piel volvía a relucir como pendientes de luna.

Realmente no sé que pretendía con aquella afirmación. Ella sonrió cabizbaja y dejó a un lado el charco, con una tristeza tan calma y oscura que cualquiera hubiera podido estremecerse al mirarla.

Él tiró el cigarro y extendió los brazos, y Ella estiró su cuerpo para recibir la asfixia. Suspiró, cerró los ojos. Los dejó en blanco. Abrió los ojos. Ahora eran marrones. “Mis ojos ahora son marrones como la mierda del charco.”- se dijo. Y entonces correspondió al abrazo. Y se dejó llevar en el cuerpo que la abrazaba. Y pensó en sentir un poco, sólo un poco, porque tal vez lo merecía.

  • Estás ardiendo.- Dijo Ella.

Y era Mayo.

Él la abrazó más fuerte, y Ella pudo sentir como le besaba en la línea del cabello. Sintió algo extraño, parecido al ahogo, parecido a la muerte; pero no. Sintió que se obligaba a sentir más de la cuenta aquellos sentimientos que por norma siempre pertenecerían a otros y nunca a Ella misma. Le cansaba tanto apretarse el pecho en otro pecho únicamente para que empezase a doler...

Por que no dolía, ya nada dolía. Y Ella pensaba que si abrazaba muy fuerte a alguien pasaría como ocurría cuando bordeaba los charcos; quizá viera la realidad por un instante y no aquello que todos concebían como real. Y podría amar y ser amada, querer y ser querida. Podría, si. Claro que podría.

Y en ese instante, se acordó de un chico al que veía últimamente, un chico al que se empeñaba en desechar de su mente pero que la asediaba sin cesar. Todas sus palabras, todos sus gestos, todas sus canciones parecían no encajar en ningún lugar de su cabeza ni en ningún lugar de su cuerpo y, sin embargo, lo iban llenando de una nebulosa extraña parecida a la nostalgia feliz. Echar de menos algo que está por suceder.

Se repetía una y otra vez: “ No tenemos nada en común. Es una lacra. Es un error. Es sólo aburrimiento. Es hastío. Es alguien con quien quizá yo nunca tendría nada que ver.” Se repetía. Se repetía. Se repetía. Y cuanto más se repetía aquello, más se repetía la sensación de saciedad. “No puede llenarme este abrazo, pero puede llenar esa sonrisa torpe que no tiene nada que ver conmigo. ¿Por qué?”. Y su sonrisa torpe.- la de Ella ahora, no la del otro chico al que veía últimamente.- aparecía en su cara como por arte de magia. Qué irracionales son los comienzos. Ella se conocía tan bien...

Cuando Él dejó de abrazarla la invitó a su casa. Y Ella aceptó. Ya no estaba triste. Seguía sonriendo y el pensó que era por su abrazo. Hasta ahí todo iba bien, ¿No? Pero se odiaba. Ella se odiaba y odiaba sonreír. Y odiaba no estar triste de nuevo. Le cogió de la mano y juntos abrieron la puerta de la entrada. Luego hicieron el amor, o follaron, o qué se yo. Algo hicieron entre tanto frío y tanta ausencia.

Y era Mayo.

Entonces, Él sacó otro cigarro y Ella miró el techo como quien mira una mosca que no sabe a dónde va, ni dónde va a ir, ni dónde debiera ir.

  • ¿Te ha gustado?
  • Ha sido genial. Precioso.
  • ¿Y por qué no me mirabas?- Preguntó Él sorbiendo lentamente el humo.
  • ¿Y si me ves?.- respondió Ella aún concentrada en encontrar algún maldito insecto.
  • ¿Qué?
  • Nada. Es que me da vergüenza mirar a los ojos cuando estoy apunto de correrme.
  • Ah.

Él terminó el cigarro y empezó a contarle cosas sobre su vida, su trabajo, su tiempo libre. Cosas que Ella ya sabía por que lo conocía desde niño. Luego, sin previo aviso, se detuvo y susurro “Te quiero”. Y Ella dijo “Yo también”. Y volvieron a abrazarse, esta vez con más intensidad que antes.

Las últimas palabras retumbaban en la habitación. La luz del flexo perfilaba sus figuras en el silencio de una rara noche; casi como Pareja a caballo. Él no podía dejar de regocijarse en su adorada felicidad y en la plenitud que suponía tenerla entre sus manos.

Ella no podía dejar de odiar.

Ella no podía dejar de sentir por primera vez en mucho tiempo, y lo peor era que ese sentimiento que no la dejaba en paz, no era otra cosa que ese mismo odio violento que la incitaba a empezar a gritarle y hacerle daño. ¿O era a Ella misma realmente a quién odiaba?

Al segundo, se acordó de su reflejo en el charco, y de lo dura que era la vacuidad todos los días. Y recordó también al chico al que veía últimamente, y que no pegaba nada con sus ojos, pero que por alguna inexplicable casualidad le insuflaba nebulosa y la obligaba a sonreír. “No entiendo que reacciones químicas construyen el dolor. Pero debe estar siempre donde nunca te pondrías a buscar las peonzas de la infancia.”

El odio, mal tahúr, dejó de manifestarse en un instante. El abrazo acabó con un gran beso.

Él oía música en sus tripas. Era la chica perfecta; al fin había encontrado a una mujer que lo complementaba en todo. Ella sonreía. Ella bordeaba algún círculo lejano que nada tenía que ver con Ella, pero que daba sentido a todo cuanto solía saber a eco mientras su mente vomitaba sin cesar “¿Cuánto durará?”




Akata.

miércoles, 3 de julio de 2013

Si todo es suficiente partiremos


Pueden sentirse ya las distracciones,
las heridas, 
herencias;
como una macedonia 
de venenos frescos, 
dulces, olorosos.
                        Venenos que empalagan.

Fríos venenos.

Pueden sentirse ya
todas las canciones;
Y ni siquiera estuvimos dentro,
ni siquiera estuvimos dentro...

Huir, huiremos.










Akata.