martes, 29 de septiembre de 2015





LA VERDAD

Al mirarte
sentí un espasmo
Y toda la tierra derribó sus muros.
Pero tengo que contarlo, lo de los otros días
lo de las nubes oscuras al doblar la fuente
lo de la fuente muerta al pasar tu rostro
lo de mis letras vírgenes
de nuevo
al contemplarte.

He de ser honesta
porque creo que en la verdad
se esconde el origen de todos los poemas:
me hubiera gustado
no haberme fingido una mujer desconcertada
en los pasillos de colegios
que ya nadie llena con sus gritos.
Saber en qué aula se revelaban los besos
como las viejas fotos que
nos gustaba tocar
los últimos días en que pudimos aprender
a querernos.

Lo que quiero decir es
que vi tus ojos
y no entendí la trama
me confundí de gestos y otorgué los versos
a desnudar tus noches y devorar tus monstruos
inflamados
de otros miedos.

Sin embargo, ahora veo
que la llama
estaba en otra parte, en aquel hombre primigenio
y escandaloso que hablaba de
Copérnico sin saber su nombre.

Me olvidé del fuego.

Lo que quiero decir,
y que tú sepas,
aunque sea una verdad desalentada
aunque en la calle llueva y el verano
haya muerto
con tu acento
es que miré hacia el sur equivocado porque
realmente me hubiera gustado
saberte diferente, encendido, abstruso
papiro revolucionario.

Pero lo cierto, sin blancos y ovaciones,
es que ya había visto antes
del invierno
ese espasmo feroz

en otros ojos.

Me hubiera gustado no hacerlo.


Diana Forte.

domingo, 20 de septiembre de 2015

MATEMÁTICAS

MATEMÁTICAS


Una vez conocí a un chico en un bar,
tenía las palabras ágiles, oscuras,
su voz era un punzón de avispa en el pie de un niño
una mañana de verano.

Hablaba números, parecía exhausto,
pero todas sus drogas de diseño levantaban el cinismo
con que amaba entre los párpados
y después sonreía,
cansado, feliz por algo desatendido y olvidado.

Entendí el miedo en la mesa, la soledad de las familias desdichadas,
 las cervezas de los hombres que se mueren
sin haber conocido la verdadera tristeza del amor.

Me miraba tan serio, estupefacto, como si acabase de descubrir
un unicornio moribundo que pudiera ser salvado.
Y me destruyó con sus historias
de la mano al cine
del cine a la noche en que los pájaros
gritaban
y más fuerte, me quebró;
a nosotros, y nosotros gritábamos lloviendo el nombre
en la lengua de las aves.

Me hizo, aquel chico asustado y corredizo,
una piel sobre otra piel sobre otra piel
de llantos, y me pasé los días
llorando a puñetazos.

Qué gran idiota, hablando de follar sin mirar a los ojos
de pensar sin el peso de las manos,
de beber sin el trago final que nos descarna.

Me convirtió en el odio hacia todo lo que amaba,
hacia todas las ventanas sucias de la universidad y
sus futuros incompletos, hacia la libertad.

Yo conocí hace mucho, mucho tiempo,
a un chico en un bar.
Y ahora, que ha pasado el tiempo, los errores, las hojas de los árboles,
me estoy, de nuevo, convirtiendo en sus
palabras.- agujas de avispa en la tierna e inocente soledad.




Te quiero, monstruo, y no te quiero más.




Diana Forte.


viernes, 18 de septiembre de 2015






SEGUIR

Hace ya cuatro años entrené por primera vez para correr una media maratón. Siempre había hecho deporte, pero nunca un deporte tan sufrido y de resistencia como es este. Para conseguirlo, conté con la paciencia de mi padre, mi entrenador personal, que durante tres meses hizo a la par de motivador y sargento de hierro de una meta que yo no vi nunca muy clara, pero que él, ya experto en esto de las carreras de largas distancias, supo que podría terminar con esfuerzo y voluntad.

Pues bien, durante aquellos entrenamientos, para mi bastante duros según qué días, mi padre no únicamente se dedicaba a darme largas charlas sobre mi inconstancia y mi falta de disciplina, sino que en muchas ocasiones dijo cosas que aún hoy se vienen a la punta de mi lengua y mis ojos cada vez que paso momentos duros.

Recuerdo en concreto una mañana de abril que teníamos que hacer 14km. Era la primera vez que iba a hacer dicha distancia y, sinceramente, mi cuerpo aún seguía bailando en el bar de la noche anterior. Sin embargo, allí estábamos, la extraña pareja una vez más apretando firmes las cordoneras y las ganas.

Ya en la ida tuve que parar varias veces. El calor, la cabeza, la sed, las piernas, todo iba en mi contra. Recuerdo el momento exacto en que, cuando apenas nos quedaban 3km para llegar al 14, le dije a mi padre: "No puedo". Aquella frase no le gustó demasiado, pero aún así, con su paciencia marcial, me respondió calmado que me sentase y respirase y que, en unos minutos lo volviese a intentar. No obstante, en esos segundos, mi quejumbroso cuerpo solo pensaba en una cosa: "No. No, no, no, no y no". "No quiero sufrir más. Mi cuerpo no puede. No quiere. No quiero más." Así que, con la mente nula, volví a repetir a mi padre aquellas palabras que tanto le molestaban.

-Tenemos que volver. Tú vuelve andando si quieres. Nos vemos en casa.- dijo con la rabia típica de alguien que no entiende qué está sucediendo.

- Pues vale. Iré andando.- respondí enrabietada.- Es que no sé por qué te pones así.

Mi padre, sin decir nada más, salió corriendo en dirección contraria (todo ello después de haber alcanzado ambos los 14km) Yo, obcecada y sin fuerzas, vi como mi entrenador abandonaba cualquier esperanza de que pudiera regresar a su ritmo. Sin embargo, lo hice; jadeando como un animal moribundo, sudando y con los pies a 35º grados, pero lo hice. Metí un sprint y le alcancé.
Y fue en ese momento, cuando su cara cambió y empezó a contarme una historia...

-¿Sabes quién es Edurne Pasaban?.- preguntó mi padre con la vanidad que a veces da la experiencia.

-No, pero ahora mismo me da igual.- el corazón empezaba a subir a otras zonas de mi cuerpo muy lejanas del pecho.

-Pues no debería. Edurne Pasaban fue la primera española que coronó el Everest sin oxígeno y sola.

Silencio.

- ¿Y sabes qué? Leí por ahí que cuando estaba bajando de la cima, y todas sus fuerzas habían quedado en la llegada triunfal a la cumbre, tuvo que acampar. - mi padre hizo una pausa para mirar el reloj- Estaba sola, con síntomas de congelación, a 8.000 metros de altura y sin poder respirar bien. Todo su ser empezó a mandarle un mensaje claro y directo: "si desistes ahora, se acabará tu sufrimiento." Y durante unas horas, su deseo más ferviente fue morir. ¿Quién coño quiere morir, hija? ¿Conoces a alguien mentalmente sano que por propia voluntad desee morir? No. Pero allí, con la montaña hablando fuerte un idioma salvaje, desconocido y poderoso, con los elementos revoltosos e iracundos abriéndose paso en la eterna tarde hasta el cuerpo de un diminuto y tembloroso ser humano, ella deseo con todas sus fuerzas, con las pocas que le quedaban, morir.

-¿Y lo hizo? ¿Murió?.- De repente, había olvidado el sufrimiento y el dolor. Solo podía pensar en esa mujer valiente queriendo desaparecer de la faz de la tierra, anteponiendo su extinción al instinto de supervivencia, a la única cosa que hace que un ser humano se aferre a la vida de una forma irracional.

- No.- sonrió mi padre.- Claro que no murió, porque en ese último segundo, cuando ya se había despedido de todos sus familiares y seres queridos, cuando había dado por perdida la batalla entre ella y la naturaleza, un impulso irrefrenable la hizo levantarse. <<Tienes que bajar. Tienes que hacerlo. Puedes hacerlo.>>.- le dijo una voz más allá de su consciencia. Con los dedos congelados, las fuerzas al mínimo, y boqueando para poder respirar, dio un paso al frente, seguido de otro paso más que se incrustó en la nieve como un grito en la memoria, y continuó. Allí ella: sola, casi abatida y, pese a todo, luchando.

Los ojos se me llenaron de lágrimas.

- Te cuento esto porque 14km no son nada. No son nada comparados con el frío, con el miedo, con el sufrimiento, la altura, el vértigo, la falta de respiración, la propia aceptación de muerte de tu cuerpo. Siempre que quieras rendirte acuérdate de ella, y de sus ganas de dejar de luchar. Pero, especialmente, acuérdate de los momentos de después, en los que, finalmente, se levantó y siguió adelante hasta conseguirlo. No olvides que tu límite está donde tu mente decida.- sentenció mi padre, mientras señalaba una puerta a pocos metros de nosotros gritando.- ¡Por cierto, ya hemos llegado valiente!

- Gracias papá.- fue lo único que pude decir.

Desde aquel día, no ha habido ni un solo momento, en que no haya recurrido a aquella historia cuando he sentido que me faltaban las fuerzas. Porque yo sé, que Edurne Pasaban consiguió superar las barreras mentales y físicas hasta llegar a su objetivo, pero no todos los que, como ella, lo intentaron, tuvieron tanto valor y tanta suerte.

Por eso, hay que seguir hacia delante incluso cuando creemos que ya no podemos más. Hay que seguir por aquellos que realmente si hicieron algo extraordinario, algo sobrehumano. Por todos y cada uno de esos que murieron creyendo en seguir luchando hasta el final, en perseguir un sueño.
Por todos los que, como Edurne, lo consiguieron, y por todos los que descansan eternamente en el bello y estremecedor silencio de la montaña más grande del mundo.

Y sí, finalmente terminé la media maratón. Para muchos no es gran cosa, pero para mi fue algo casi inefable. ¿Y lo mejor? Llegar de la mano con mi padre a la meta y pensar <<Lo hemos hecho. Hemos conseguido superar nuestro sufrimiento. Me has enseñado que puedo realizar sueños extraordinarios>>.












Dedicado a todos los alpinistas que alguna vez coronaron el Everest, porque me han enseñado a engañar a mi mente y seguir luchando. Y a todos aquellos que, me enseñaron que, no siempre se termina, pero se pelea hasta el final. 1996.


Diana Forte.





martes, 8 de septiembre de 2015


CONFESIONES

Tengo que decírtelo, amigo, porque me está pesando tanto como un verso. No, lo siento, te mentí o te dejaste engañar, pero yo no soy así. No llevo los labios pintados de rojo y el escote entre el ombligo y el final del pantalón. Yo me unto con carbón los ojos, y me anillo los aros al pelo y las orejas para, de vez en cuando, desaparecer. Visto camisetas que no hablan de nadie, y cuando nadie me mira o cuando todos miran rápido, canto alto y muy mal para sentirme viva.

Yo no tengo dos vestidos blancos dentro del armario, y mis costillas no tienen la forma perfecta de un cosert. Tampoco  me suelo desvivir en conversaciones sobre como pasa el tiempo, y qué encantadora y maravillosa es la resaca de universidad. Más bien, respiro la nostalgia de los días que tiendo a imaginar. Soy una rastreadora de momentos perfectos y ficticios que no llegarán. Y no, no me arreglo los domingos, ni los lunes, ni mis zapatos suenan en la calle como un lápiz apunto de romperse. Yo vengo del viento, camino descalza, y amo los abrazos que no necesitan ropa.

Mis reflexiones son sonoras y vibrantes, casi molestas, como la tromba de agua que te cala por sorpresa.

No, yo no soy así. No soy perfecta. Tengo celulitis en el culo y probablemente no llegue con pies a los cuarenta. Me deshago en violentos cuerpos de una noche y no sé contar hasta 100 sin perderme por la mitad. La libertad a veces me huye por mi falta de lealtad y mi cobardía. Llego tarde y mis horarios son calvario para los que pecan de aguantarme. Pero me gusto. Me empiezo a gustar porque me empiezo a entender, porque no necesito ser la mitad de lo que debiera, sino el todo absoluto que puedo llegar a ser.

Lo siento, no soy tu chica alta, ni flacucha, ni rubia, ni morena, ni fría, ni niña, ni feliz, ni rota, ni enferma. Yo ya he vivido en la más inescrutable soledad; conozco mis infiernos. Y las horas de reggaeton me producen siempre urticaria en el pecho. No soy feliz, pero tampoco triste. Y casi siempre, siempre, siempre estoy sonriendo.

Yo no, cariño, yo no puedo pertenecer a esa vida extraña en que las personas se encuentran en el universo con normalidad, como si el mundo no cambiase, la vida no siguiese y las cosas importantes pudieran, de alguna forma inexplicable y absurda, posponerse.

Te mentí y te dejaste engañar. Y ahora tocaba, ya que estamos solos y hablando muy bajito, confesarse un poco.

Diana Forte.

lunes, 7 de septiembre de 2015

SOMOS SOLO LUZ...

Tu nombre tiene luz, y en la tristeza que te inyecta mi voz desastrosa
hay una aurora que se marcha con mis ganas de besarte una vez más.

Ahora sí vamos a ser el sueño, y dormiremos, ¿Quién sabe? ¿veinte años?
Y seguro nadie nos esperará despiertos cuando el golpe de la puerta  huela
a alcohol y peces de colores.

Les contaré a los diablos que me han visto- mientras no vamos al cine,
y no comemos en las cutres pizzerías, y no me toca tu cuerpo como anoche mismo
me tocaba en relajado amor- que yo fui hija de algún dios
que quiso ser el que diera el sol a todas las letras que te nombran.

Y no.

Se me murió el futuro,
el que tiene vetas azules para alimentar al necio
que cantaba Silvio.

Y no.

Con él, la resaca perezosa que arrastro desde que te agachaste
junto a todas estas ganas de salir corriendo.

Y no.

372 días de caricias,
y una soledad
que a veces me recuerda
                                            que estábamos hechos para desaparecer.


Diana Forte.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

"Pero eso sí -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo.

El lado oscuro del corazón.