miércoles, 19 de octubre de 2016

ALIENTO DE NOSTALGIA

ALIENTO DE NOSTALGIA



De repente estaban ahí. Yo no los había invocado, y mucho menos quería volver atrás, pero una ligera pústula de color violeta iba naciendo en alguna parte de mi cerebro. Me zarandeaba constantemente la sensación de que toda mi infancia, toda mi adolescencia, toda la etapa magna de mi vida, se había esfumado como el humo de una obra a las 4 de la tarde. No sabía qué estaba sucediendo. Los ojos iban y venían, de una sucesión de imágenes de personas que una vez tal vez conocí, a la página abandonada de mi ex. Ese ex al que yo había decidido condenar a la culpa y el dolor perpétuo. Esa persona triste y deprimida que no había tenido el valor necesario para enfrentar las cosas a su debido momento. Nada más alejado de mi actuación. Me había pasado los cuatro años de relación buscando manos ajenas y, sin embargo, ahora me parecía el ser más escandalosamente maravilloso sobre la faz de la tierra. Todos los que se habían aprovechado de mi buena voluntad o, aquellos que en algún momento de su existencia me habían regalado palabras de miel, ahora se me antojaban como héroes de marvel. Salvadores de un destino incierto que parecía irse todas las mañanas junto a la manta de los pelos del gato. 
Sí, vivía en otra ciudad, desayunaba en otra ciudad, el ruido de las calles cada despertar era, sin duda, de otra ciudad. ¿Qué estaba haciendo allí? El destino había decidido rebelarse contra mí. En ese preciso instante en que me levantaba para ir al baño y mirarme al espejo, todas las facciones de todos a los que un día amé se aparecían como una especie de ensoñación mitificada. Yo sabía que era una ilusión, una pandemia de exaltación por la nostalgia, pero no podía alejar de mí esa sensación magullante que me decía que "cualquier tiempo pasado había sido mejor". ¿Lo había sido? Desde luego que no. Entonces, ¿por qué había olvidado con tanta facilidad el posible brillante presente? ¿Necesitaba volver atrás? ¿Cuándo había empezado esta oleada de `saudade´ extrema? ¿Para qué? ¿Era la forma que tenía mi cerebro de decirme que quería huir? No podía contestar a ninguna de aquellas preguntas. Lo sabía. Sin embargo, las imágenes no dejaban de venir a mi cabeza. Me vestía, me arreglaba, bajaba a comprar el pan, y allí estaba mi etapa en la Universidad. Esas mañanas despreocupadas en las que solo tenía que plantarme en una silla y despreciar al mundo por haberme hecho levantarme tan temprano. Solo tenía que mirar a mis amigas y proponer alguna escapada a los bares de enfrente para mitigar el aburrimiento juvenil. Yo era un ser humano en proceso de algo. Y parecía algo importante. ¿Y ahora? Ese ser humano que tejía palabras en las libretas y dibujaba formas de futuro no encuentra nada en su presente que quiera conservar. Y no digamos que desea eliminar nada de su vida, simplemente, es como si las cosas le rozasen. Como si las cosas me rozasen. Me siento al borde de algo y siento que mi única salida es huir. Pero, ¿hacia dónde? ¿Y para qué? Hace un año fui feliz, y ahora solo puedo recordar la nostalgia. No sé qué está pasando. No quiero nada de lo que tuve, pero mi cerebro anhela todo lo que fue. Se está convirtiendo en una especie de monstruo silente. Y yo me estoy convirtiendo en una adoradora del sonido del teclado en mis dedos. El odio existe porque tiene forma de palabra. El odio es real porque tiene conciencia. Igual que la tristeza. Igual que la melancolía. Aunque eso ya lo sabía Von Trier. 

lunes, 17 de octubre de 2016